Fe

«Tenía una pequeña canoa. Un día navegaba en ella por un afluente del lago Victoria. Quería navegar bajo un árbol, y ahí -bajo el árbol- había un hipopótamo. Algo me inspiró (el ángel custodio me lo sugirió) y volví la cabeza. Cuando me di la vuelta, ¡vi abiertas unas enormes mandíbulas! Hasta el día de hoy lo recuerdo: tenía el interior de color rosado y en medio unos colmillos de color amarillo… ¡Y esta boca estaba abierta por encima del final de mi canoa! Entonces grité a todo el lago: «San Rafael, ¡sálvame! Yo voy a remar». Fue un grito espontáneo: «yo voy a remar, tú sálvame». Y san Rafael me salvó. Ayuda en situaciones urgentes. Y nos despedimos del hipopótamo en paz».

«Todo aquel que tiene un trabajo responsable, siente que sin la ayuda de Dios no puede hacer nada. Y por eso pide que el Señor le ayude. Allí, en condiciones difíciles, uno es más consciente de lo mucho que depende de la ayuda de Dios».

«En la vida de Wanda, se ve que Dios es a Quien más amaba, y se abandonaba en Él con confianza. Conseguía levantarse a las cuatro cuando tenía rota la pierna y se movía en un coche de inválidos, para llegar a tiempo a la santa Misa. No quería molestar a nadie, aunque nosotros y los africanos le habríamos ayudado con gusto. Además de la humildad, le gustaba también su independencia» (Wanda Marczak-Malczewska, pediatra, estuvo en las misiones en Uganda en los años 1973–1995).