El hombre

«Se me quedaron grabadas en la cabeza unas palabras que la doctora repetía muchas veces. Decía que, después de tantos años de trabajo en África y de haber visitado otros lugares en el mundo, había llegado a la conclusión de que la gente es exactamente igual en todas partes. Tiene los mismos deseos, tristezas y sueños» (Anna Wojtacha, médico).

Durante la II Guerra Mundial, su hermano Roman fue encarcelado. Cuando se enteró de que había enfermado gravemente, fue a encontrarse con él. «Cuando ya estuve en el lugar, tuve que pedir permiso al comandante o director (…). Me mira y me pregunta: «¿cómo ha conseguido entrar aquí?». ¿Cómo lo he conseguido? –pensé– no lo sé, Dios me ha ayudado. Dije sólo que he conseguido entrar porque en todas partes se puede encontrar a buenas personas…». Cuando llegué a mi hermano, le pregunté qué necesita. «Me apetece comer arándanos. Entonces corrí a la ciudad. Miré y enseguida vi a una mujer que llevaba arándanos recién cogidos. La asalté y le pedí: «¿podría venderme unos cuantos, porque mi hermano está encerrado y me ha pedido con insistencia arándanos?». «No faltaba más», me respondió. «Yo tengo hijo en el ejército. Él también en cualquier momento puede ser encerrado». Y me dio los arándanos gratis. Esa mujer era alemana. En todas partes hay buenas personas».